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El cuco y el nido

POR: ALFONSO CORRAL

Doctor en Comunicación. Profesor de Humanismo Cívico y Pensamiento Social Cristiano de la Universidad San Jorge (Zaragoza)

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Todo el foco mediático que en los últimos meses ha recaído en la okupación debe servir para reflexionar que este fenómeno está muy lejos de convertirse en un desafío incontrolable. A la par, debe hacernos comprender que solo se erradicará desde lo especifico de cada caso. Esto último es bien sabido por los zaragozanos, pues no es oportuno comparar la apropiación del hotel San Valero con otros sonados casos como los que se vienen repitiendo en el área de San Pablo, en la calle Pignatelli y en algunas zonas del extrarradio como Utebo, Juslibol o La Muela. Y es que, a la hora de juzgar los aproximados 110 casos que ahora mismo existen en Zaragoza, la intención y las formas de los pájaros han de ser muy tenidos en cuenta. Francamente, no se puede medir con el mismo rasero ―moral, al menos― que una persona sin hogar encuentre cobijo en un lugar deshabitado a otro que haga lo mismo optando por la penosa vía de la violencia, la coacción o el chantaje. Para este segundo caso, se habla de la existencia de mafias que toman una vivienda y que, tras el pago de una cantidad en metálico, se volatilizan como si nada. ¿Qué tiene eso de okupación? Nada, eso es un grave delito que la ley tendría que erradicar. Además, radicalmente opuesto a lo que ocurrió en el hotel San Valero.

Desde el civismo, la justicia social y el derecho, el consistorio zaragozano está luchando para revertir las situaciones de okupación que atentan contra el derecho a la propiedad privada y se hallan en las antípodas de aquello del derecho a la vivienda digna que está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos o en nuestra Constitución. El alcalde Azcón entiende que la okupación es, en parte, un problema de delincuencia social que atenta contra la buena vida de sus conciudadanos. Y mientras lo aplaca, Azcón no se olvida de aquellos que poco o nada tienen: está muy al corriente del sinhogarismo y ha sido ejemplar cuando este problema ha llamado a su despacho. Basta con recordar que, al inicio de la pandemia, llenó de camas y mantas un pabellón para extender los servicios de un albergue municipal que andaba desbordado. Si bien, el alcalde no camina solo, porque esa misma preocupación define los quehaceres de buena parte de la sociedad civil: un compromiso y una generosidad que se percibe acertadamente desde asociaciones como Cáritas, El Refugio o Bokatas, pero también desde la vocación de servicio de tantísimos vecinos anónimos. Zaragoza es solidaria, de eso no debe quedarnos duda. Ojalá que no se presa fácil para esos cucos o amigos de lo ajeno.

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